Miércoles amarillo, Juevez azul y Viernes rojo; dos de
la tarde y yo con este antojo. Se acababá mi aquelarre de los viernes. Ocho
días y siete noches tendrán que pasar por mi vida y depués esconderse en mi
memoria para volver a esta sala en donde me encuentro, en donde se termina el
aquelarre en este momento. Y Cecilia desde la primera fila insistiendo que
porfa, que leer los siguientes dos capítulos pa’ la próxima, mientras que yo a
un ladito guardaba mis notas en la mochila junto con dos wafer jet que Lucerito
me había regalado ese día, y al mismo tiempo me despedía de Mario Loco y le
preguntaba que si sí iba a caer el domingo a la U pa’ pillar la final de fútbol.
No dijo nada, anotaba algo en su libreta mientras Juliana le susurraba algo en
el oído izquierdo y se reía con la boca apretada, dejando salir un gemidito que
se quebraba repetidamente de placer. Me hice el que recibió respuesta y ya con
la mochila en los hombros salí caminando rapidísimo antes de que cualquiera se
diera cuenta que Mario me había ignorado por completo. Llegué al
mismo tiempo que Cecilia a la puerta del salón y dejé que ella pasara primero
haciéndome a un lado, porque ella tenía el pelo largo usaba falda y lápiz
labial, y olía a vainilla. Más que los buenos modales y las damas primero y
todo ese cuento fue mi nariz la que paralizó mi cuerpo para disfrutar ese olor
a dulce que traía el aire después de bailar con ella. Me preguntó, Cecilia, que
pa’ donde iba; yo le dije que pa’ la casa, y empezamos a caminar juntos hacia
la portería sur de la U a pesar de que el bus que me llevaba a mi casa me
recogía en la portería norte. Iba entretenido oyendo la historia de Cecilia y su profesor de matemáticas de bachillerato, a quien amaba secretamente desde su
pupitre y que por eso siempre le tocaba habilitar una y dos veces hasta que al
final simplemente la aprovaban porque si. Yo comprendí de una lo que Cecilia me
intentaba comunicar porque a mi me pasó lo mismo con la teacher cuando yo
cursaba séptimo. Ni siquiera era capaz de hablarle en español porque todo el
cuerpo me empezaba a temblar. Mi corazón largaba a correr como un loco cuando
entraba a clase de inglés, y la única manera de calmarlo era empezar a mirar
pal techo e imaginarme que todas las mañanas era la teacher la que me
despertaba para ir al colegio, me daba un pico en cada párpado y me decía:
Andrés, my love, is time to go to school. Y así quién iba a aprender inglés, o
matemáticas. Después de que Cecilia se montó al carro y se despidió, yo segui
caminando en la misma dirección sabiendo que tenía que devolverme en algún
momento pa’ llegar a mi casa, pero me daba pena que ella pensara que yo me
había equivocado o que este loco qué, que ni sabe pa’ donde va, con el viento.
Salí entonces por la sur y di la vuelta por fuera para llegar a la norte y ahí
esperar el m-33 que me deja a tres cuadras de mi casa y a cinco cuadras de los
monstruos a quienes visito todos los viernes sin falta, algunos lunes, algunos
martes y mierda, ahí viene un bus. Apreté mi nariz con los ojos en un esfuerzo
gigante por descifrar si era un m-30 ó un m-33 lo que venía; y ahí fue cuando
la vi, caminando hacia mi; una pequeñita figura femenina, con una cabeza que venía rebotando en sus hombros adornada con un peinado muy corto, resaltando unos ojos que se reían por ella,
de los que me fue imposible separar los míos hasta que me miraron; me le escondí
en una nube que tenía forma de guitarra, en donde me quede mientras pasaba ella
al mismo tiempo quel m-33. Me bajé de la nube para mirarla mientras se alejaba
y para pedirle al sol que la hiciera entrar a la universidad. Que entre que
entre que entre, para poder empezar a soñar con el Lunes: que me levantaba y
que iba a la universidad y me la encontraba. Que me la pillaba montada en un árbol
de mangos intentando agarrar uno pintón, y yo que la miraba esperando
encontrarme esa sonrisa apenas se bajara con su premio gordo. El sol me regaló
el milagrito y ese cuerpecito en los jardines de la U se perdió. El corazón se
largó a correr igualito que con la teacher y entonces arranqué a caminar para
la casa pa’ que la gente que pasaba porai no se diera cuenta que me temblaba
todo el cuerpo mientras estaba parado ahí, esperando quién sabe qué. Después de
cuatro cuadras caminadas bajo ese mono que estaba igual de contento que yo, el
sudor me empezó a estorbar y decidí escamparme en la sombra de un laurel a
esperar el m-33 por segunda vez, mientras soñaba con el Lunes que me prometia
los ojos que me iban a robar el pensamiento todo el fin de semana. Antes que el
Lunes llegó el m-33 que me dejó en el paradero de siempre y de ahí caminé las
siete cuadras que camino todos los Viernes.
Llegó el lunes y por primera vez en la vida lo recibí
cantando, me metí a la ducha y solo me demore como veinte minutos porque no me
lavé el pelo que me lo lavo un día sí, un día no.
Arepa con mantequilla y quesito sí, huevos revueltos no, chocolate no y café
con leche tampoco; me quedé fue con ganas de un jugo de naranja fresco porque confundí tres limas resecas que estaban en la nevera con naranjas. Pasé la arepa con coca-cola y la coca-cola con colgate y el cepillo de
dientes, que me dejaron los dientes brillantes igual que el plato que terminó
todo chorriado de mantequilla. Llegué faltando diez pa’ las diez a la U y con lo
primero que me encontré fue con Mario Loco que andaba desesperado buscándome
para que le prestara la tarea de ingeniería económica. Nos fuimos para la
cafetería a buscar una mesa para sentarnos y así él podría copiar la tarea
mientras yo me tomaba el jugo de naranja que me venía soñando desde la casa, y
porai derecho ponía cuidadito a ver si me
pillaba esa chiquitica que me traía más loco que Mario, que nada que terminaba
la tarea y ya eran las diez y diez, tarde a clase otra vez. El Lunes siguió con
un caminado lento y pesado, fin de la clase, reunión con los secuaces en las
escaleras de siempre. Ramiro rebotaba su mirada en
todas las tetas y nalgas que porai paseaban mientras yo desesperado saltaba de una
mirada a otra, buscando la que me abría un hueco en el estómago. Nada, ni un
asomo del sol que esa tarde decidió esconderse detrás de las nubes que se iban
engordando y poniendo cada vez más negras, preparandose para llorar conmigo la ausencia de
esa figurita que bailaba entre flores amarillas y violetas.
Ingeniería económica, Mario Loco tranquilo, exposición
de yo no se que tema, cualquiera, y la noticia de que en el hueco que seguía había
que ir a la biblioteca, no más las escaleras aquellas. Y como para rematar el
aguacero que nos bañó saliendo de la biblioteca, el profe de máquinas y
herramientas nos saludó con un quiz sorpresa: que calcule la velocidad de
corte, que las revoluciones, que de que material es el buril, que por qué esa niña
no se ha dejado ver todavía, será que no estudia aquí y ese Viernes solo entró
al baño? O a encontrarse con el novio?
- Hey Andrés, ya tenés la primera? - me susurró Mario al oído.
- Andrés! –dijo el profe- venga hágase aquí adelante a
ver si Mario deja tanta preguntadera, él estuvo aquí la última clase. Pilas! Mario
que la próxima p’afuera.
Y pués a mí que me pusieran adelante, que me echaran, ya qué, que más da un cero
en una hoja cualquiera, además ya no hay cotejo esta tarde que porque el agua. Al final de la
clase el profe me llamó y me dijo: mijo, venga, que pasa pues si usted conoce
el tema, y yo le dije que si era que estaba ciego, que mirara p’afuera, que ese
aguacero no era coincidencia, que pa’ que pregunta por la velocidad de corte y
uno aquí con esta pena; que tal si ese día ella entró a visitar una amiga que
trabaja en la biblioteca y yo pensando que ella estudia tambien aqui y busquela
y busquela como una gueva, en la cafeteria, en la biblioteca; en los palos de
mango.
Andrés, my love, is time to go to school.